viernes, 22 de mayo de 2015

El ojo de la cerradura (cuento)


Ismael miró por el ojo de la cerradura y rápidamente se apartó al escuchar los pasos, su corazón latía con fuerza como manada de feroces bestias, tardó un momento en recobrar el ritmo de su respiración y sintió la necesidad de darse por vencido .- ¿Cuánto tiempo más debo permanecer aquí?.- pensó, no se atrevía a hablarle, había perdido la cuenta de los días, quince  quizás, le parecía una eternidad y su única conexión al mundo más allá de esas cuatro sucias paredes era la cerradura oxidada que dejaba pasar un poco de luz.
No había visto a sus secuestradores aún, llegó vendado aquella madrugada, por suerte había llevado a casa a su amada antes de ser interceptado y no tendría ella que sufrir aquel encierro sin sentido, agradeció al cielo que ella sería la única que podría reportar su desaparición y sintió un poco de alivio, habían tenido unos días conflictivos antes de su secuestro pero estaba decidido a pedirle que fuera su esposa al verla.
Por las tardes escuchaba esos pasos que sigilosamente cruzaban lo que parecía una sala, para no ser escuchados, pero era tan silencioso aquel lugar que era imposible, le pareció oír una voz de mujer, tal vez fuera un sueño, pero estaba seguro de que serían esos callados pasos su única compañía hasta ser liberado.
Se había cansado de gritar, ya sin voz solo podía pensar y esperar su única comida diaria, la cual le era tirada desde el techo .-Inhumanos.- decía cada vez que con desespero comía nuevamente frijoles, los que siempre detestó.
Pensó en mil maneras de escapar, pero todas fracasaban aún en su mente, se rindió, y pasaba el día acostado en los sacos que le servían de colchón; su cama era tan cómoda, jamás lo había pensado.
Pasó un día, dos días, tres días más de encierro, ya no llevaba la cuenta extrañado de no escuchar de sus victimarios nada relacionado a su rescate, así que nuevamente mirando a través de aquella pequeña cerradura estaba por primera vez decidido a no apartar su mirada al escuchar los pasos, decidido a ver al cómplice de su miseria que le mantenía cautivo, esperó por horas, no supo cuántas, de repente, pasos delicados, puntillas en cámara lenta se acercaban, nunca los había escuchado tan cerca y sintió aún más curiosidad, así que permaneció inmóvil aferrado a la puerta, sin siquiera pestañear.
.-¿Amor?.-
Susurró incrédulo viéndola fijar su impávida mirada en la puerta con una sonrisa escalofriante, su amada lo mantuvo cautivo sin razón alguna por un día, dos días, quince años más, no lo sabía pues ese día entendió que era mejor no entender nada, ya no sólo había perdido la voz y las ganas de luchar, había perdido la razón, sus sueños, su vida y su corazón.
Ismael miró por el ojo de la cerradura, pero esta vez se vio a si mismo abrazando a su amor, manteniendo juntos en cautiverio a aquel pobre chiflado cuyo nombre ya había olvidado.

3 comentarios:

  1. Que bueno, me encantó la forma como usas la narrativa. Felicitaciones.

    ResponderBorrar
  2. Gracias Luis G., eso significa entonces que voy bien en el taller de escritura! Un abrazo y gracias por tu lectura y comentario

    ResponderBorrar
  3. Que bueno tu escrito. Lo disfruté.

    ResponderBorrar

Tus comentarios son importantes, compártelos...